libreta oxidada

las libretas en blanco me dictan todo lo que hay aquí.

parece que fuera más tarde

— parece que fuera más tarde.
— ni la una es, ¿verdad?
— ni la una.
— ¿qué hora es?
— las doce treinta y ocho.
— ah, las doce treinta y ocho.

había como cierta molestia en eso de que repetieran exactamente lo que él decía después de que lo dijera. uno no va al cine a ver la película de los viernes (generalmente pasan una película extranjera) y se queda para verla de nuevo. no, y que no. pero es verdad: parece que fuera más tarde.

ha perdido cuatro poemas sueltos, y también ha extraviado su cuaderno amarillo que incluía otro poema.

— y con lo difícil que está hacer un poema en estos días. ¿ya revisaste bien?
— sí. incluso debajo de la cama, incluso entre los libros, incluso dentro del armario. incluso incluso incluso. nada, que no están. las cosas perdidas comparten residencia, eso es seguro.
— ah, seguramente.
— ah.

no puede leer dos historias seguidas, aun si son muy buenas. no puede. tampoco puede pensar en algo (algo aleatorio) sin preguntarse si él realmente lo pensó. que las brujas sean de salem, es un hecho; pero entonces la vida es una pupila sin iris (¿realmente él ha pensado eso? ¿de verdad?). hay días que la caballerosidad, los buenos modales y todo ese güiri-güiri se adhiere a las fibras cuidadosamente juntas de la sábana, ahí donde nacen las mañanas (el sol y sus buenos días qué). entonces vendrán puertas que se abren solas, sonrisas convexas (por no decir negativas) y periódicos universitarios, de esos que regalan cuando uno sale.

— pero es que no puede ser así de simple, fíjate. a ti te dieron almuerzo gratis.
— naturalmente. tengo membresía, ¿recuerdas?
— sí, pero ya que. igual parece ser más tarde, apenas son las doce cuarenta.

carta encontrada en la arena

luego viene el nuevo sol, otros cafés, diferentes rostros, y ese creo que es el verdadero viaje, aun siendo horizontal o vertical. casi se ven lúcidas las avenidas, pero se les ve la perversidad en los ojos, lucidez perversa entonces, como la muerte; incluso ríen con risa de alcantarilla. es marzo, luci, es marzo. el papel de la pared dice que es agosto, pero no le creo (no me atrevo a creerle). usted se fue en marzo, ¿recuerda? sigue siendo marzo. es como si marzo hubiera perdido el tren, incluso el andén, y se durmió aquí, en el país del cual estoy exiliado. usted debe estar contenta en la hacienda de sus primas. me la imagino muchas veces (usted sabe que imaginarla es como cantar canciones clásicas) cabalgando por la tarde, antes de que llegue la hora del café con leche. luci, siempre me gustó su taza de porcelana blanca exterior roja (¿o era ocre?). era bonita y llena de movimiento. a veces la tomaba para servirme el café negro. me suelo perder en la elegancia del café: ese lucir siempre bien y deseable a cualquier hora; luego ese humear, como expandiéndose por el ambiente y a la vez ensanchando su taza. la extraño, luci, extraño su taza, y la extraño a usted.

¿cómo está su lengua de gato? lo que me gusta de su ventana es la sonrisa, y lo que me gusta de su sonrisa son los ojos. recuerdo muy bien su sonrisa de ojos, era una doble concavidad llena de luz; es algo saludable, luci. crepita cruel el fuego, y las minúsculas chispas trazan y disuelven su legado. es marzo, luci. verá, al principio todo es tan lunes, lleno de movimientos rectilíneos, como paredes llenas de hastío. luego el martes con sus artes revolucionarias, pero siempre con esa resaca de lunes.  los miércoles son grises, equilibristas insípidos. el jueves debió ser una copa de champán a punto de rebasar. los viernes están hechos de jabón. sábados incómodos matan cierta dosis efímera de alegría esférica. domingo descalzo duerme; dócil, divertido, dubitativo, domingo derramado. y las semanas se vierten por el calendario, como una delgada lámina de ácido. pero seguirá siendo marzo, y habrán más noches incompletas, y seguirán  lloviendo insomnios que me arrebaten el lado favorito de la cama. es marzo, luci, aquí, al pie de esta escalera de caracol, junto al rompeolas y al náufrago que rodó cuarenta peldaños.

lluvia

lluvia que seda la ciudad
viene arrullando mi noche
con sus redondos acordes
que descienden por la ventana

se enfilan las gotas
viaje vertical de poesía
música nómada
percusión en el techo

raíces cuadradas

carroñeros, digo, son unos carroñeros, repito. los he visto, ¿sabes? compran en la farmacia de la esquina, van al cine los martes y escogen el amor como si fuera parte del menú. ah, pero tenés que aprenderte la lista de precios del supermercado, venden buenos cuadernos, mirá que ya casi empieza la temporada escolar. ahora me dicen que tengo que aprenderme eso de las raíces cuadradas. ¿qué sigue después, eh? ¿dominación mundial por parte de los ratones? no, yo creo que los ratones solo saben comer queso, no serían capaces de eso, una hormiga quizá sí, me gustan las hormigas, ¿qué, ya no hay azúcar? veo venir a un carroñero, ando el pelo corto. te lo digo, samuels, no podés ser ingeniero si no te sabés las raíces cuadradas, y mirate, estás algo pasado de libras, yo empecé hace semanas con la dieta de la luna y de la piña que me recetaron en la farmacia de la esquina. venga, kelly, tomemos un café, ¿le gusta negro o con leche? agarre asiento cerca del televisor. ahora llueve, y parece que las hormigas se esconden en un zapato roto. ahora llueve, y el café parece que se esconde debajo de la leche. qué bobo que sos, samuels, cómo se te ocurren tantas boberías, venga, joven, traje queso nuevecito de la finca. carroñeros, digo, son unos malditos carroñeros, señalo. no es posible que no haya mesa al lado del televisor. es verdaderamente injusto sentarse cerca de la columna de la cafetería, y vos, silbando esas canciones clásicas en inglés, oh, new kid in town, that’s the way i like it and here comes the sun with diamonds, but lucy is my my my my sharona. qué bobo que sos, samuels, anda, come estas nuevas galletitas bisabores que me regaló mi abuela. mirá que la vieja ya usa el internet, sí, los ratones no pueden dominar ni en su propio zapato. nunca me dijiste por qué querías sentarte junto al televisor, samuels. porque así escucho menos los gritos de la columna. uno no puede andar huyéndole a las preguntas, tal vez si las preguntas estuvieran sentadas, uno buscaría un chance para salir por la puerta de la cocina (y siempre se podría aprovechar para agarrar unos trozos de queso nuevecito). son unos carroñeros, kelly, son unos carroñeros. kelly, dejaste que el café se te enfriara, y mirá, parecés perico para comer, samuels, dejaste que se te cayera cubos diminutos de azúcar, ahora las hormigas tendrán excusa para no dominar el mundo.

(te ves bien desde esta ventana, kelly, te veo leo ojeo hojeo desde aquí, desde el hocico del reloj, girando en contra de las manecillas, pegándole patadas al tiempo e intentando robarme unos dos que tres granitos de esperanza, ah, qué frío este país, qué graciosos se ven los cuadros de los pintores nuevos, qué frío este país que algunos llaman soledad.)

tenés un flequillo muy angosto, kelly, no vayás a la farmacia de la esquina, son unos carroñeros, kelly, mirá, dejó de llover. vamos por este lado de la acera, despacio, dejando que los charcos se deslicen por nuestros zapatos (que en un futuro será casa de algún afortunado roedor), ahora vemos un sol nuevo, como si se acabara de bañar y se alistara para una sesión de fotos, esperando el bus, ¿ruta occidental, verdad? ¿occidental? volvés con tus boberías, samuels. ¿vos creés que sea buena idea hablarle a las rosas y margaritas? conocí a un tipo que le hablaba a las plantas todas las mañanas, no, solo las regás una vez al día, aunque siempre tenés que tener cuidado con las películas pirateadas, me han dicho que abrieron un café cerca de mi casa, fijate que no lo he visto. viene un carroñero, y kelly se asusta.

(kelly, te vuelvo a ver desde la ventana, te agarrás de mí como si fuera un árbol, una rama, y vos te columpiás en tus días, con tanta soltura, como si eligieras tarjeta de cumpleaños para tu abuela. me estás suministrando menos aire que antes, me sujeto del suelo, porque siento que voy a caer, siento como si una nube me estuviera abduciendo, o como si todas las sardinas del mundo me estuvieran enlatando en una cafetería del barrio.)

la raíz cuadrada de cuatro es dos, dice el carroñero.

Instrucciones para leer un libro

Seguramente habrá observado en muchas ocasiones en muchos lugares en muchos países a personas sosteniendo pequeñas minas de oro en sus manos, husmeándoles. No se preocupe, es normal. Los libros tienden a husmearle. No intente verle directo a los ojos. Prepárese. Es preferible que tome asiento, así el libro estará menos despierto y es probable que no lo muerda. Notará que el libro tiene una infinidad de pliegues en su interior, como pequeñas alas de polilla. Empiece separando con cuidado la cubierta de la primera página; ahora dirija su atención hacia una jauría de garabatos negros impresos y acomodados en un supuesto orden. Uno espera que dichos garabatos sean legibles y descifrables. Viene la parte crucial: piérdase de usted mismo, váyase de usted, corretee por la huerta y desaparézcase. Una vez lejos de usted, sumérjase y deje que los espejos lo envidien, deje que las mariposas empiecen a convertirse en orugas y que las rendijas se abran paso entre sí, porque esto tiene que ocurrir. Si es necesario, cada treinta minutos, póngase de pie frente a la ventana, tome sorbos de café y respire cinco veces. Vuelva a tomar asiento y pula sus cristalinos. Se dará cuenta que, al leer, la habitación ya no es habitación, la mesa de noche ya no es mesa de noche, la libreta y el lápiz ya no son el lápiz y la libreta, y usted se está convirtiendo en la última pieza del rompecabezas demoníaco. Terminada esta sesión de lectura, vuelva a respirar y, paulatinamente, regrese todo a su lugar, incluyéndose usted.

Árbol de Sicómoro

Cuántos carros hay en el velorio, ¿tan famoso era? No te creo, pobre, ojalá que la profe esté bien, debió ser horrible, sí, cualquier pérdida es terrible. Miralos, miralos, cómo comen tamalitos, qué solidarios, parecen ratoncillos. Mirá cómo mastican y ella solita y doliente. ¿Ya fuiste a dar el pésame? Pues vamos juntos, entonces, sí, mire doña señora, estas cosas pasan, hay que pasar por la muerte y usté sabe solo es transición, ya verá, tranquila, lo va a superar, cualquier cosa, ahí estamos. Lo mismo de siempre: pésames gastados, velorios callados, voces ahogadas, tamalitos, ratoncillos, cafés amargos y una doñita que llora junto al féretro; al fin de cuentas, cosas de la vida y de la muerte. A esa edad ha de ser terrible perder a tu esposo, sí, cualquier pérdida es horrible.

Un blackberrino, dos blackberrinos, etcétera. Los blackberrinos pastan. Fijate que me comentaron algo de que no sé qué con los teléfonos ésos, como que tienen una atadura de no sé qué. Mirá, fijate bien, todos andan pendientes y dependientes de a saber qué. Qué crisis social, no lo digo solo por los celulares inteligentes tales ésos de no sé qué, lo digo por la crisis de seguridad, sí, qué barbaridá; sabés, yo creo que ni en las películas pasa eso, eh. La viejita sigue hablando de cada cosa que ve y yo sonrío despacio, junto a la chiquita. No me gustan los velorios, dice la chiquita, cuando muera, quiero que me cremen y mis cenizas que las tiren al mar. No hay luna en esta noche, en ninguna de esta clase de noches, qué raro, hay una fuerza extraña que le indica: no vayás, luna, no vayás.

Somos cuatro: la licenciada (¿o es silenciada?), la viejita y nosotros. Un limonar, un ciprés oxidado, plantitas sin flor y flores sobre su cabeza, chiquita. Chiquita, no duerma aún, cuénteme de su día, cómo le fue, ¿le pasó algo en el bus?, cuénteme. Chiquita, tome café amargo. La viejita es toda una parlanchina, ¿hace cuánto sabe hablar?, ¿y cuándo va a aprender a escribir silencios?, no, claro que no se lo voy a preguntar. La licenciada habla, tiene excelente dicción y su voz es de licenciada silenciada, pobre, anda mal de su columna, tranquila, ya le traigo un cojín. Lic, ¿y usté qué opina de Gonzalo? ¿Cree que llegue a ser buen presidente? Yo creo que se lo van a comer vivo al hombre, no podés prometer un cielo estrellado todos los días, asimismo tampoco se puede prometer puentes donde no hay río.

Los blackberrinos siguen pastando, ya son cuatro e intercambian sus pines no sé qué. Uno de ellos me observa, se distrae con un ave, respirá blackberrino, respirá que te vas a ahogar si seguís así. Chiquita, despertá, mirá, el cielo se ve agujereado, ya salió la luna. ¿Cómo hacés, luna, para llenar el cielo y solo ocupar un espacio? Esta luna trae bonitos recuerdos; todos ordenaditos en fila, con su estrellita en el cuaderno y cantando una canción de Elvis. Me acuerdo de cómo empezamos, con un apacible odio, intacto, y aparentemente frío, luego mutó a un querer diario, a un constante enamorar de risas y silencios, de textos y palabras, de noches y cafés, ahora se divisa un bonito febrero para vos y yo, chiquita. La chiquita mira las paredes como queriendo encontrar refugio. Yo no estoy aquí, como siempre. Por eso digo que es mejor te cremen, imaginate qué pena pasar por esto. Te creman, te ponen en una lata de café o te siembran junto a un sicómoro.

Cuentos para ciegos

El hombre, ciego camino. Ciego de sus pies (o de su pie), ciego de sus manos (o de su mano), ciego de todo (o de nada). ¿Un ciego es alguien que no ve? Bueno, no es pregunta, es cliché. Tantas veces que se ha hablado de la ceguera (sí, Saramago escribió un libro) que ya no sabemos qué tan ciegos estamos, o de qué lado estamos, bueno, a todo esto, ¿desde cuándo están estos lados?, es decir, yo nací crecí y escribí esto, pero no recuerdo haber escogido un lado, si es que los hay. El sol brilla, las mujeres tejen, la mirada fluye, el río se ríe, la navaja pende de un filo, etcétera. ¿Qué sería de nuestra vida sin los etcéteras? (no es pregunta pero no cómo decirlo de otro modo).

El hombre ciego camina y las pulsaciones vertiginosas lo guían. Realidad. Cómo impresiona eso de que el corazón sea quien guíe a alguien, porque yo no creo que un perro o un bastón sirva de guía, es decir, los bastones, cuando árboles, estaban quietos y los perros, apenas si saben ladrar. Un simio quizá sepa guiar, aunque los simios no ladran ni se están quietos, y mucho menos leen a Saramago. De repente uno voltea y la casualidad está de nuestro lado (ah, nuestro lado) y nos damos que tal vez, no, tal vez no, todo es parte de todo y todo parece pintado con el mismo pincel y disparado con el mismo calibre. Causalidades.

Saramago escribió un libro sobre la ceguera, deberían leerlo, dice un señor que usa bastón y que no tiene perro. Tantos deberían salen sobrando en una hora, desde la mañana: deberías sacar la basura. Ah, pero nunca falta alguien que sobra. Nunca y siempre son como dos líneas paralelas que llevan sentido contrario, pero eso todos lo saben, es como decir que un ciego y alguien que no quiere ver es exactamente lo mismo. Alguien que es ciego se daría cuenta que la luna es de queso porque está en la vía láctea o que Saramago escribió varios libros, uno fue sobre la ceguera (creo que ya lo he mencionado). Alguien que no quiere ver no se da cuenta de algo tan insignificante como el famoso hecho de que no está solo mientras no se dé cuenta que lo está. Pero igual, creo que deberíamos (ah, deberíamos) escribir cuentos para ciegos y también para los que no ven.

Historias Ridículas

La vida es un mercado. Alguien estira el brazo y uno tiene que esquivarlo. Todo es esquivar. Pero, también se puede esquiar. Buen día. Buena tarde. Qué temprano se hizo tarde. Y la luna que tiene la misma sol edad. Qué soledad la del vendedor de perejil. Y otro brazo estirado. Esquiamos un rato. El rato, encerrado se quedó en una aguja de reloj. La caravana se ve desde la ventana. La fulana, la sutana y la mengana saludan. Cristal. La autoestima de los cristales. Transparencia. Desodorantes. En los mercados nadie usa desodorante, lo sé por el brazo estirado que tuve suerte de esquivar. Patinaje en hielo. Hielo. Rompes el hielo o el hielo te rompe. El silencio no siempre es hielo, a veces, es cielo. Pero, en el mercado nadie vende hielo, sólo estafan. Los espejos son estafa. La vida no es simétrica, igual que los reflejos. Espejos estafadores. Puras narraciones ajenas. Todo sería simple si al final de la tarde —que empezó temprano— la chica resumiera toda esa conversación ajena con un monosílabo. Simple. Sencillo no es lo mismo que simple. Y el último sencillo del atardecer, cantándonos. Fuego. Cigarro. Extinción. El ser humano es la especie de extinción. Un osezno corre ahuyentado por las llamas. Llamas a mi teléfono y ardes. Tierra. La historia del planeta tiene un buen giro. Elipse imaginaria. Roedor del sol. Surfer de la vía láctea. Nosotros quietos. La noche tiene vida. Muertos vivientes y Michael Jackson, siempre con su espejito espejito dime quién es el más blanquito. Y el espejo que estafa. Fulana, sutana y mengana ya duermen. La noche aún no muere, eso no quiere decir que respire. La vida es un gran mercado.

Sin Piel

Originalmente, había pensado titular esto con el nombre de Escribir sin Piel, pero, analizando, es redundante. ¿Acaso alguien puede escribir con piel? Pues, claro que no. La piel estorba cuando uno escribe, es como una jaula de vanidad, no permite volar allá, junto a la imaginación. Cada letra va produciendo eco, las palabras son como surfistas en el papel y la tarde navega en olas de voz cuando uno escribe.

Un punto importante es que la literatura no es más que otro punto de vista, así como la fotografía o la música, o cualquier otro de los que son considerados artes. Siempre hay quienes preguntan cosas como de dónde nace la inspiración o quién te inspira o no sé, preguntas similares. Lo que puedo decir es que la inspiración nunca nace y nunca muere, sólo es esa cosa que entra sin tocar la puerta, se sienta en el sofá marrón y se ríe de uno cuando no tiene papel y lápiz. Es triste eso, estar sin poder dormir por tener esa vocecilla fina que lo obliga a uno a elucubrar sin piedad. Pero, como dicen, alguien tiene que hacerlo, pero no hay que escribir pensando eso, hay que escribir como si nadie lo leyera a uno, como si la carta de amor no tuviera destinatario, como si fuera la última hoja en blanco, como si la mano que escribe se fuera a desgastar.

Todo lo que dicen de la lectura es que es la contraparte de la escritura, yo creo que más bien son complementos, porque leer es como tejer y destejer la realidad, e irla tejiendo y destejiendo hasta que le sobre ilusión, y luego, volver a empezar. Volver a tejer otra realidad, sin miedo a modificar la ilusión, porque el miedo es otro muro. Leer también es volar y llegar a otro país o a otra montaña o a otro atardecer.

Lo más curioso de escribir y leer es esa adquisición de diferentes nacionalidades, hasta el punto de hacerse universal, igual que las canciones de viento, así como cuando éramos niños y no sentíamos temor de ir a recoger piedritas al río e irlas tirando por encima de la superficie, haciendo que rebotaran varias veces por encima del agua.

Alguien dijo una vez que escribir es detener el tiempo, yo pienso que el tiempo no se detiene, sino que uno deja de correr y se sienta a escribir. Se sienta a escribir y hace nuevos caminos, el reto es caminar cada día sobre lo que uno escribe. En un antiguo reloj, hay una inscripción que dice así:

La tinta dejó una mancha,
con el tiempo se difuminó lento,
ahora es un escritor.

Sigo caminando

amanece. voy caminando. un gallo alardea de su voz. el café empieza a despertar. una anciana lleva una vasija de barro, se ve cansada, los años le pesan, el calendario no perdona. una señora llama a su hijo que está escondido detrás de un auto rojo, su esposo observa de lejos, expectante. un anciano va cargando un costal de quién-sabe-qué, solo él sabe cuánto pesa, no lo juzguen. un perro vagabundo se ve adormilado por el calor de mediodía, está recostado en un pastizal. un niño juega fútbol con sus compañeros de escuela. un taxi se detiene en una casa deshabitada, una señora desciende del vehículo y rompe el silencio que antes era huésped de la casa. unas ramas tiradas en el suelo están llorando, la nostalgia de no estar en casa es muy grande.

sigo caminando, el sol abrasa. el viento juguetea con unas hojas secas, las eleva, las distrae, las emociona y se va a crear un movimiento oscilatorio en un rótulo de un restaurante. las montañas abrazan al sol. atardece lento. un señor finge leer un libro de poesía mientras observa a una señorita que está al otro lado del parque; el hombre se emociona, ella lo manipula. unos niños juegan a la rayuela, las niñas van ganando. las moscas revolotean por encima del helado de fresa que alguien dejó caer, bailan bien. una pareja, a mitad de un puente, disfruta de los incontables besos, no hay cifras cuando se está besando. por el puente va un ciclista, tiene un meta, nada se interpone en su camino, ni las piedras, ni la montaña, ni él mismo, él quiere ganar. el cielo va cambiando de tintes, ahorita, está teñido de gris; va a llover, aparentemente. en el estanque de una plaza, hay una tortuga buscando liebres que sepan nadar, siempre se desilusiona. a lo lejos, hay una banqueta desocupada, en ella se han sentado tres personas, y las tres personas han sido golpeadas por una nuez; las ardillas son inteligentes.

sigo caminando, sin parar, hacia el horizonte que ahora es naranja; ya no va a llover, aparentemente. para mí, el mundo sigue callado. es normal decir que el mundo calla cuando uno anda puestos sus audífonos, por eso se dice que la música es otro silencio, o más bien, es un narcótico que ayuda a sobrellevar cada nuevo día, que al parecer, tienen nada nuevo. el semáforo tira luz roja. las alcantarillas son las zonas marginadas. mientras un viejo cruza la calle, una reja de alcantarilla toma posesión de su bastón, pobre viejo. un ave vuela alrededor del cableado eléctrico, parece desorientada intentando buscar ramitas secas, o lombrices, o qué sé yo. un conejito blanco asoma su cabecita por un agujero cavado en la tierra, se le ve amedrentado, y todos se acuerdan de cortázar y la señorita en parís. del sol no me pregunten, se fue sin decir adiós, como siempre. anochece. aún hay luz, pero, es tenue. el alumbrado público empieza a mostrar las avenidas y calles de la zona, es un laberinto de arterias. hay un joven tirado en la calzada, hace un gesto pidiendo dinero. dese una ayudita, le dije, sin realmente haberme escuchado. no hay luna, no hay sol. no hay ruido, no hay silencio, sólo ése silencio artificial.

sigo caminando, no hay prisa. la gente corre, siempre anda prisa, sigo sin entender eso. el día se hizo viejo, la ciudad empieza a bostezar. no hay llanto, no hay risas, no hay ausencia de algo, todo es paz. hay un silencio hermoso. en el cementerio, hay muchas lápidas en donde varias personas han enterrado sus anhelos, nunca murieron en realidad, sólo siguen enterrados, aún con ése latido de esperanza que no muere. siempre están esos clásicos gatos insomnes. andan maullando entre sí, ronroneándole a la noche, bailando con las sombras, esperando su otra vida. ya es de madrugada. el viento es helado. trae recuerdos, trae voces perdidas, trae gritos ahogados, trae hojas en blanco. las pocas estrellas que aparecieron están friolentas, y las nubes ya empiezan a arroparlas. se escuchan los grillos.

sigo caminando, es mi misión. un marinero anda navegando por quién-sabe-dónde, buscando tempestades internas, no las encuentra porque su corazón obedece al mar, que está en calma, igual que la noche.  ni el rompeolas es tan osado como para quebrar la paz. la marea está tranquila. la playa no tiene huellas, se siente sola. hay un par de caracoles, platicando de la vida marítima, están tejiendo pequeñas lunas con su lana celeste. una serpiente se desliza por la grama, se dirige hacia la montaña, seduciendo a la tierra. las luciérnagas vanidosas salen a volar por encima del río, luciéndose, viendo su luminosidad distorsionada en el agua. así se ven bien: orgullosas. el bosque intenta dormir, pero, los búhos no dejan de filosofar y los lobos no se cansan extrañar. una araña baila tango con un mosquito, antes de engullírselo. un ratón perdido anda buscando su hogar. la serpiente –que está conectada con la tierra– fácilmente atrapa al pequeño roedor. las estrellas se van desvaneciendo a medida que el día esclarece despacio. algunos pájaros ya han despertado, y se preparan para silbarle a la mañana. los árboles ya están con su melodía. en el establo todo es rutina, por eso las vacas y los cerdos son aburridos. unos girasoles están alerta esperando el primer rayo de luz solar. extrañan al redondo señor amarillo, eso es amor. otras flores estiran sus pétalos, a una de ellas se le ha caído un pétalo, y ahí nació un poema. las praderas empiezan a vestirse de nuevo, todos los días se ven bonitas, pero, nadie lo nota. la cuadrilla de hormigas ya está en movimiento, son puntuales, disciplinadas y les gusta comer pastel de zanahoria. unas tímidas nubes empiezan a aparecer. un pastor de ovejas empieza a despertar, bajo un árbol de nance, y su rebaño también lo hace. «es la inercia de la vida», pienso.

amanece. sigo caminando, no me detengo, soy el tiempo.